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lunes, 1 de septiembre de 2008
Ajedrez - Capítulo 1: Visitas (parte 2)
—Podría decir lo mismo —repuso, en cierto modo ofendido, pero según Naia sólo estaba fingiendo estarlo—. En fin, ya me voy —comenzó a seguir con su camino, pero se detuvo unos escalones más adelante—. Por cierto, tienes linda voz —agregó sonriéndole y se fue—.

Naia sintió que se sonrojaba. Menudo cretino. ¿Acaso la conocía? Además, no era un comportamiento lógico por parte de los hombres ser caballerosos y elogiar a chicas. Eso sería rebajarse o humillarse. Al menos todos los hombres que conocía eran así. ¿Es que este chico era diferente o tan solo lo hacía para congraciarse con cada chica que veía para así presumir que las tenía a todas comiendo de la palma de su mano? Ya comprendiendo su plan, abandonó la escuela, furiosa y sin prestar atención a los demás. «Muy bien», masculló para sí misma, importándole un comino si parecía idiota hablando sola. «Si ese es tu plan no te daré en el gusto, Raven».

Se fue caminando a su casa. Después de todo no quedaba lejos, aunque sí estaba un tanto apartada del bullicio del centro de la ciudad, donde se encontraba su escuela. Al llegar, se dedicó a escudriñar en las profundidades de su bolso para sacar las llaves. Cuando entró no avisó que había llegado. Sabía que estaría vacía. Sus padres estaban de viaje. Siempre lo estaban. Esta vez se habían ido fuera del país, hacía unos meses y su abuela vivía bastante lejos como para ir a vivir con ella, aunque Naia ya estaba acostumbrada a estar sola. Era la hora del almuerzo, pero no tenía hambre. Decidió que después se prepararía algo. Se dirigió a su cuarto y encendió el ordenador portátil. Debía comenzar a buscar información para el trabajo del profesor Malone. ¿Una leyenda urbana reciente? ¿Cuál de todas? Siempre hay demasiadas leyendas dando vueltas por todos lados. ¿Cómo rayos sabría cuál era la que quería? Después de pensar un rato, concluyó que sería lo mejor ponerlas todas y luego él decidiría cuál era la que buscaba. Sonrió, alabando su astucia. Suerte que la primera semana de escuela no tenían clases en la tarde, así podría darse el tiempo de buscar con calma.

Buscar leyendas urbanas recientes no era demasiado difícil, sólo era cuestión de saber usar las palabras correctas en el buscador y ser un poco selectiva. Después de probar con diferentes combinaciones encontró tres. Una que le llamó la atención la halló en el periódico de la escuela. Mencionaba que los fines de semana por la noche —otros decían que era en noches de luna llena— se oían ruidos provenientes de la sala de música. Contaban los rumores que era un piano, otros, un violín. Naia la descartó de inmediato, simplemente la leyó por pura curiosidad. No había oído nada de ello. Quizás sería por el hecho de que no era muy sociable del todo y no se preocupaba por rumores y cosas por el estilo.

Pasó a la siguiente. Hechos sobrenaturales. «Te encontré», pensó, aunque se cuestionó luego. ¿Para qué querría un profesor de historia una leyenda urbana de cosas que quizás podrían tener una explicación científica —o no— sin relación alguna con la asignatura que impartía? Si algo se podía admitir era que ese profesor era muy curioso con sus hábitos y opiniones —y por eso lo admiraba, excepto cuando se ponía estricto, como aquella mañana—. Dejó de lado sus opiniones y se ocupó del artículo. Relataba hechos misteriosos, relacionados con incendios —«Típico caso de pirokinesis, probablemente. O un poltergeist», pensó Naia, que era una experta y fanática del tema—, avistamientos de fantasmas, muertes misteriosas y desapariciones, desórdenes en escuelas y demases. Releyó la última parte cuidadosamente. Desórdenes en escuelas. Quizás el asunto del piano tenía algo que ver. Era probable que hubiese algún espíritu «travieso» atrapado allí por alguna irresponsable sesión de ouija —según la chica, aunque se sea lo más precavido posible, siempre las cosas se salen de control con el «tablero maldito». Nunca se sabe a qué tipo de cosas atenerse—.

Bostezó, mirando el reloj. Ya había pasado bastante tiempo y no había comido nada. No importaba mucho, de todos modos no tenía hambre. Estaba cansada, y prefería dejar ese informe más o menos adelantado, o por lo menos encontrar datos para que luego solamente restara elaborar un resumen y las opiniones y... ¡Ese profesor! treinta páginas, qué descaro. Y más encima para el último día de la semana. Viernes. Fatídico viernes, se dijo, mientras se daba una nota mental de no olvidar las reglas de la clase de historia.

Siguió buscando, pero se hartó y apagó el ordenador. Fue a prepararse un té de naranja. Siempre solía calmarla ese sabor dulce. Cuando volvió a su habitación encendió el estéreo y colocó música suave mientras leía un rato. Una noche tranquila. Sin padres que la mangonearan. Sin hermanos que fastidiaran... Y así, con estos pensamientos en la cabeza, y sin darse cuenta, su cabeza cayó sobre su pecho. El libro resbaló de sus manos. Ya estaba oscureciendo. El reloj de la sala de estar dio las 8 campanadas. Una suave brisa se coló por la ventana que se le había quedado abierta, refrescando la estancia. Sumida en sus sueños, Naia se volteó en la cama, sin notar que en ese momento, desde la copa de un árbol que alcanzaba al segundo piso donde se encontraba, un par de ojos estudiaban cada movimiento que hacía, cada gesto. Todo estaba siendo fríamente calculado y analizado.


Naia se despertó ya pasada la medianoche. Le sorprendió haberse quedado dormida. Se incorporó, mientras cerraba el libro y lo dejaba a los pies de su cama. Había tenido un sueño, estaba segura, pero no podía recordarlo con claridad. Tenía ideas e imágenes tan vagas que ni siquiera podían formar algo coherente. Se resignó, confiando en que quizás lo recordaría más tarde. Aún estaba un poco agotada, así que decidió seguir descansando tal y como estaba, ya que no quería ponerse el pijama. Dejó encendido el estéreo, apagó la luz y volvió a dormirse. No se dio cuenta de que olvidó cerrar la ventana.

Al día siguiente, logró llegar a la escuela a tiempo, por suerte. Se sentó en su lugar habitual, entre Alexis y Brooke. La pelinegra la saludó vagamente cuando la vio colocar sus cosas en su banco. Estaba escuchando música. La chica le devolvió el saludo con una sonrisa cansada. La joven rubia aún no llegaba. Esta vez, la primera clase era lengua. Poco antes de que sonara la campana apareció Brooke, saludando con una sonrisa amplia a sus compañeras, las cuales le respondieron de una forma bastante parecida y desganada. Al rato apareció la profesora Crenshaw, para desperdiciar varios minutos poniendo orden y pasando lista. La clase transcurrió normalmente hasta que sonó la campana para el recreo.

—¡Ya no aguanto más! —exclamó Naia, apoyándose contra la ventana.
—El problema es que recién es Marzo —le recordó Alexis.
—Lo sé, pero... ¡Estoy cansada de la escuela en general!
—Sí, sí —blanqueando los ojos, pidiéndole que se tranquilizara. Siempre era tan escandalosa.
—Oigan, ¿y ustedes han escuchado de esa leyenda urbana? —les preguntó.

Ambas chicas la quedaron mirando con una cara que pedía explicaciones.

—¿No? Es que el profesor me dio como tema de investigación una leyenda reciente. Pero no he encontrado ninguna que tenga relación con historia. ¿Conocen alguna?

—Tú sabes que con ese profesor nunca se sabe. ¿Cuáles encontraste? —quiso saber Alexis.

—Cierto. Encontré una donde hablaban de una música que se escucha de noche los fines de semana aquí en la escuela. No entendí bien si era un piano o un violín.

—En la sala de música no hay violines hasta donde yo sé
—¿Aquí? ¿En la escuela? —preguntó emocionada Alexis—. ¡Puede ser un fantasma!
—Eso mismo pensé yo. Aunque también puede ser alguien que se consiguió las llaves
—Eso es imposible. Tendrías que ser hijo del conserje —espetó Brooke—. Y no parece tenerlos.

—Entonces no tengo idea. La siguiente era el típico artículo de muertes sin explicación, incendios, desapariciones, asesinatos... En fin, lo mismo de siempre —relató Naia—. Ah sí, también olvidé desórdenes en escuelas, pero no decía en cual. Si fuera ésta no me sorprendería. Quizás tiene relación con lo del piano.

—Hmm, no lo creo —habló Alexis después de meditarlo un rato—. Yo creo que primero tendríamos que ver bien el asunto.

—¿Tener que venir de noche a la escuela? ¡Genial! —exclamó entusiasmada Brooke—. Pero primero necesitamos las llaves para poder entrar.

—Y tenemos que hacer algo con las cámaras de vigilancia de la entrada —acotó Whitelocke.
—¿Sabían que no tienen cámaras en los laterales? Podemos entrar por ahí.
—Alex, ¡eres un genio! —alabó Naia.

—Lo sé —sonrió de medio lado—. Además, estoy segura que siempre dejan alguna ventana abierta. No será difícil entrar, una cosa menos de qué preocuparse.

—Odio ser la pesimista —interrumpió la castaña— pero nos falta resolver lo de la llave del salón de música. Así no tendría gracia hacer una expedición gigante para nada —se cruzó de brazos, completamente frustrada.

Alexis se encogió de hombros, como queriendo decirle que la solución era obvia. Volvió a sonreír de medio lado, como siempre solía hacer.

—Supongo que un clip o una horquilla harán el milagro —señalando el pelo de Naia con un gesto, que siempre usaba algunas para mantener sujeto su largo cabello levemente ondulado—.

Luego de eso sonó la campana. Por primera vez en lo que llevaba de escuela, la castaña no la maldijo por ser inoportuna. En cambio, había sido muy justa. Ahora le daría algo con qué entretenerse en clase. Seguía matemáticas. Lo necesitaría.

El profesor entró al salón. Lo mismo de siempre. ¿Les mataría por una vez en la vida dejar de pasar lista? En verdad era tedioso responder lo mismo al principio de cada clase. La última era Alexis —su apellido era Winchester—. Poco antes de ella venía Brooke Williams. La pelinegra al responder, levantó la mano de forma perezosa mientras conversaba con Naia sobre cuándo y cómo entrarían a la escuela de noche. Ambas pensaban que sería divertido, y que más de una cosa encontrarían. En un edificio de varios años de antigüedad a esas horas se podían descubrir varias cosas, y mucho más si se tenía curiosidad, buena intuición, sentidos desarrollados y por sobre todo, un gran instinto de aventura.

Lo único que se dedicó a hacer fue escribir una lista de cosas que necesitarían, la cual incluía linternas, algo con qué defenderse —desde un cuchillo de cocina hasta una pistola, pero eso era parte de lo que llevaría Alex, que tenía una—, velas por si se les acababan las baterías, cámara fotográfica —eso le tocaba a Naia, la pelinegra sólo podía usar la de su móvil y Brooke no tenía ninguna de las dos cosas—, muchas horquillas... Suspiró. Con eso bastaría, no había por qué ser demasiado precavida, pensó. Miró su reloj de pulsera. Aún faltaba casi más de media hora para que acabara la clase y el profesor sólo ponía ejercicios. No le gustaban las matemáticas y mucho menos los complicados problemas. Sabía resolver algunos, pero con otros no estaba segura. Decidió resolver los primeros por si la interrogaban. Estornudó de repente. Debió de haberse resfriado. ¿Era idea suya o hacía mucho calor? Imposible, las ventanas estaban abiertas de par en par. Se tocó la frente, pero no la notó mal. Aún así, se sentía un poco mareada.

—Oye, ¿estás bien? —Alexis se volteó para preguntarle—. Parece que tienes fiebre
—No, estoy bien —le aseguró—. Solo tengo un poco de calor
—¿Esperas que me crea eso? —le dijo seria, mirándola fijamente—. Ve a la enfermería
—Pero si no es nada grave, ya se me pasará.
—Te digo que vayas. Ahora —eso ya había sonado más como una orden que una petición.
—¿Por qué no vas Nai? —preguntó Brooke, preocupada—. Además así pierdes clase.
—Tienes razón, estos ejercicios ya me aburrieron —bufó, levantándose.

Al llegar al pizarrón pidió permiso para ir a la enfermería por algo para la fiebre. Si tomaba algún medicamento se le pasaría para el toque de campana. Sus resfriados en esta época no eran tan graves. Los peores venían en invierno.

La enfermería era un salón bastante pequeño. Sólo tenía espacio para un estante con medicamentos y demases, un lavabo, un escritorio y una pequeña camilla. Para ser una escuela tan grande, el lugar era un espacio muy reducido. Cuando la encargada notó que estaba allí le preguntó si necesitaba algo. Ella le pidió una píldora para el resfriado. La enfermera la miró detenidamente y la examinó con la mirada. Había pasado su inspección de credibilidad. Luego de esto le entregó un vaso de agua junto con lo que había pedido. Se sentó un rato en la camilla después de beberse el líquido. Para cuando sonó la campana ya se sentía mejor, así que decidió dirigirse a su salón. Volvió a atravesar el largo pasillo y bajar un par de escaleras, ya que la enfermería se encontraba en el quinto piso, el último. Cuando iba caminando por otro pasillo, le pareció haber visto algo por el rabillo del ojo.

—«No estaré viendo cosas, ¿o si?» —pensó mientras se frotaba los ojos y seguía caminando.

Al entrar al salón vio a Alexis sentada sobre su banco con los ojos cerrados, apoyando la espalda sobre la pared, escuchando música y a Brooke meciendo sus pies distraídamente mientras tarareaba una canción. La joven de ojos ámbar se sacó uno de los audífonos que llevaba puestos.

—Volví, ¿contentas? —dijo mientras se dejaba caer sobre su banco.
—Mucho mejor —mirándola de reojo—. Te mandé para allá porque me preocupaste, idiota.
—Te dije que no era nada grave, ya se me pasó —repuso desganada.
—Pero aún así, casi nunca te resfrías con este clima —le espetó seria.

La castaña abrió la boca para comentarle algo, pero fue interrumpida.

—Bueno, bueno, Nai ya está mejor, ¿no? —agregó sonriente Brooke—. Y eso es lo que importa.
—Si... —murmuró la aludida, distraída—. Entonces, ¿cuándo hacemos la expedición nocturna?
—Ni idea —dijo la pelinegra encogiéndose de hombros.

—Supongo que sería lo mejor que fuera un día viernes. Así no tenemos que preocuparnos de los exámenes o de los deberes —acotó la ojiazul.

—Tú y tu sentido de responsabilidad, Naia —le reprendió meneando la cabeza—. Pero bueno, también sería mejor el viernes porque así podemos llegar tarde a nuestras casas. Podemos poner alguna excusa de una fiesta o qué se yo. Bueno, a mí me vale. Puedo escaparme de todas maneras.

—Mis padres están de viaje así que no importa.
—Yo puedo cualquier día, da igual —dijo la rubia, radiante como siempre.

—Ahora que me acuerdo tengo que hacer el informe para Malone, así que por mí, definitivamente queda para el viernes, no sé ustedes.

—Claro, no sería lo mismo sin ti —exclamó Williams haciendo escándalo.
—Obviamente, además la que nos contó de la leyenda fuiste tú —dijo la de los ojos ámbar.
—Supongo que sí —suspiró—. Saben que yo sólo soy la que pienso.
—Pero eso es bueno, Nai —gimoteó Brooke.
—No vamos a empezar de nuevo con lo mismo de siempre Naia —le reprochó Alexis.
—Bueno, bueno ya me callo —terminó la ojiazul, ofendida.

En ese momento notó que alguien las estaba observando. Era Raven, que estaba hurgando en su bolso para sacar algo, pero apenas sintió la mirada de la joven sobre él, la desvió rápidamente.

—¡Cómo odio a ese tipo! —exclamó de repente.
—¿Por qué tanto? —inquirió la pelinegra.
—Porque es un engreído, cretino, narcisista... ¡Como todos los hombres!
—Vamos, aún no lo conoces, dale una oportunidad —dijo Williams.
—Brooke, ¿sabía que a veces tu alegría radiante me enferma demasiado? —masculló molesta.
—Somos dos —dijo Naia—. Además, es en serio. No me da para nada buena espina.
—En fin —por lo visto el comentario no la había afectado—. ¿Por qué no cambiamos de tema?

Ninguna habló. No había nadie en el salón. Raven se había ido hacía un rato. Bueno, mejor para todos, pensó Naia. Sólo era un estorbo. Pero... ¿de verdad lo odiaba tanto? No podía ser tan prejuiciosa. Aunque esa sensación que sentía no era nada bueno, y hasta ese momento no había fallado con nadie. «Siempre hay una primera vez para todo» se dijo, sin embargo esa no era la idea, por supuesto. Despertó de su divagación al sentir los ojos de Alexis clavados en ella.

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