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lunes, 1 de septiembre de 2008
Visitas (parte 3)
—¿Qué? ¿Tengo algo raro? —riendo nerviosamente. Esas miradas que lanzaba de repente la incomodaban un poco. Era como si estuviera leyendo tu mente, y en algunos casos eso podía ser perturbador.

—A mí no me engañas. Te pasa algo —se acercó a ella para que la chica rubia que estaba detrás de ellas no pudiera oír la conversación—. Anda, dime qué te pasa.

—¿Eh? —parecía extrañada—. No me pasa nada, en serio —dijo, mirándola confundida.
—Dime, ahora. Sabes que puedes confiar en mí —le espetó.
—Pero es que es en serio, no me pasa nada. Si es por lo de la fiebre, ya me siento mucho mejor
—No, no es eso y lo sabes. Sabes perfectamente a lo que me refiero —arqueó una ceja.

—¡Me siento mejor y no me pasa nada! —en ese momento recordó—. Es cierto, cuando venía de camino para acá me pareció haber visto algo de reojo. No sé qué era, no me fijé pero...

—¿Ves? Te lo dije —sonriendo de medio lado—. Te conozco, no puedes engañarme. Es más, podrás engañarte a ti misma pero sabes que a mí no. Bueno... si no sabes bien qué era no puedo decirte nada —agregó pensativa y enigmática—. Pero no te preocupes, no pasará nada.

—Vaya, y yo que creía que la extremadamente positiva aquí era Brooke —sonrió, irónica.
—¡Oigan! —exclamó ofendida la de los ojos color oliva.
—Eso para ti debería ser un cumplido, Broo —dijo Alexis.
—Tiene razón, pero en fin —se lanzó sobre su banco, abatida—. Rayos, ¡quiero salir ya!
—Perdón que te lo diga pero todavía nos queda inglés.
—Al carajo inglés, Alex. Me va bien y no avanzamos nada —bufó molesta.
—That’s because you’re so advanced, girl[1] —canturreó Williams.

En ese momento, sonó la campana. Extrañamente, el profesor apareció al instante, cosa rara ya que él era prácticamente el último en entrar al salón. Pero a ninguna de las tres chicas les importó. Solían trabajar en grupos de a 3 y siempre eran los mismos, ya que tenían un nivel bastante similar, aunque diferían en ciertas cosas como pronunciación, gramática y ortografía. La clase transcurrió lenta y aburrida, pero lograron acabar todos los ejercicios propuestos. Después de la larga tortura se escuchó el sonido del timbre de salida y el grupo de chicas se dispersó, dirigiéndose cada una a su casa.


El resto de los días pasaron rápidamente para todos menos para Naia.

El miércoles se dedicó a buscar más leyendas. Por desgracia no encontró ninguna cien por cien interesante, aunque halló una que mencionaba edificios importantes establecidos en puntos clave del pueblo que quizás tenían alguna conexión con los sucesos extraños que estaban ocurriendo. ¿Por qué siempre las leyendas urbanas tenían relación con hechos raros y paranormales? Luego de pensar un rato, Naia llegó a la conclusión de que quizás debería poner ese fragmento. Quizás le gustaba al señor Malone. Al fin y al cabo no habían más leyendas recientes, así que se dispuso a elaborar el informe en ese mismo momento, agregando algunos comentarios y datos anexos —como dijo el mismo profesor: «Cualquier cosa con tal de llegar a las 30 páginas»—. Le faltó poco para terminar, así que prefirió dejarlo para el día siguiente. Estaba demasiado agotada. Además varias ideas rondaban su mente e incluían relaciones bastante extrañas —pero que para ella tenían sentido— entre las tres historias que había encontrado. Más tarde se añadió a sus ideas lo que fuese que había visto camino al salón. Tenía una teoría sobre el asunto, pero la dejó de lado por el momento hasta que no tuviera más información al respecto y además no quería sacar conclusiones precipitadas. Estaba muy segura de que el viernes en la escuela encontrarían algo muy interesante. Y sus expectativas nunca la decepcionaban... O nunca lo habían hecho hasta ese momento.

El jueves, nada más llegar a su casa después de clases se dispuso a terminar el trabajo, para así poder tener el resto de la tarde libre. Como no le faltaba mucho, acabó casi a la media hora después. Se levantó de su escritorio y dejó los papeles allí. El profesor había dicho que lo quería a mano. Por suerte escribía rápido. Apenas se lanzó sobre su cama, sonó su móvil. Era Alexis. ¿Por qué no le sorprendía? Contestó al instante.

—Hola, hola. ¿Qué pasa? —contestó un tanto desganada.

—Es que... llamaba para decirte que mañana quizás no podré ir a lo de la escuela. Tengo cosas que hacer. ¿Terminaste el informe? Si puedes lo podemos dejar para la noche —por su tono de voz cualquiera pensaría que al otro lado del teléfono, la chica tenía los dedos cruzados.

—Claro. Estaba a punto de ir a almorzar y a la tarde no tengo nada que hacer, así que pensaba dormir un rato. Estoy cansada.

—Sí. Mejor vete a comer. Te necesitamos con energías para la noche, ¿eh? —se imaginaba perfectamente a Alex guiñándole un ojo.

—Ajá. Entonces, ¿a qué hora nos vemos?

—Yo creo que lo mejor sería a una hora donde estemos seguras que no nos vamos a topar con nadie, ¿no crees? —hizo una pausa para pensar—. ¿Te parece a las once en la puerta del colegio?

—A esa hora está bien. Nos vemos —bostezó—. Bye bye —se despidió de la forma usual y colgó.

Estuvo a punto de llamar a Brooke a su casa, pero luego supuso que Alexis ya lo había hecho antes de avisarle a ella. Se levantó y fue a la cocina a prepararse algo de comida que su abuela debía de haber dejado cuando pasó en la mañana. Ya tendida en su cama se durmió al instante. Se despertó sobresaltada. Había oscurecido y por su ventana entraba la luz de la luna llena. Miró la hora en su celular. Eran las ocho y quince. Aún faltaba mucho así que, para anticiparse, sacó una cartera pequeña y comenzó a colocar las cosas que necesitaría —la linterna, baterías de repuesto, un par de velas, su cámara fotográfica y una bolsita llena de sus horquillas—. El resto dependería de las otras dos, aunque de todos modos no tenían que llevar mucho.


Las once menos cuarto. Esa era la hora que indicaba el reloj de Alexis, que ya estaba en las afueras de la escuela escuchando música sentada en el suelo, apoyándose en la reja. ¿Por qué rayos se tardaban tanto?

—¡Alex! —Naia llegó corriendo junto a la chica. Al notar la mirada de la pelinegra le replicó—. A mi no me veas con esa cara, tú siempre llegas demasiado temprano, no es justo. Le avisaste a Brooke, ¿cierto?

—Pues claro que sí, idiota —la miró de reojo, poniéndose el auricular que se había quitado para oír lo que decía su amiga—. Ya debería estar por llegar, supongo —agregó, cruzándose de brazos.

—Bueno, yo traje todo. ¿Trajiste tu...? —antes de que pudiera terminar la frase, Alexis le lanzó un pequeño bolso. Contenía una daga, una pistola, una linterna, su encendedor y por supuesto, cigarrillos—. Olvídalo. Ahora que lo pienso, la mayoría lo trajimos nosotras

—Todo lo trajimos nosotras —repitió—. Supongo que si tiene suficiente sentido común traerá algo que pueda servirnos.

—Lo dudo —se encogió de hombros—. Lo más probable es que diría sonriente «En realidad no traje nada para defenderme porque sé que nada podría atacarnos» —imitó la cara que pondría la rubia y luego se estremeció, haciendo una mueca de asco—. Odio cuando hace eso, aunque tendría razón. Dudo que algo pueda hacernos daño.

—Eso es lo que tú crees —dijo de forma misteriosa y mirándola a los ojos.

—Hablando de la reina de Roma —suspiró Naia mientras veía que Brooke se acercaba corriendo a toda velocidad hacia ellas—. Ya era hora, Broo.

—Pero si recién son las once y quince —lloriqueó—. Ustedes llegaron antes.

—Bueno, da igual —se levantó y colocó el reproductor en el bolsillo de sus jeans—. Are you ready? —sonrió de medio lado. Sacó su pistola y la puso en una funda que colgó de su cinturón. Dio la vuelta a la esquina, mientras decía para sí misma—. It’s showtime.

Naia sacó su linterna y sonrió de medio lado, al igual que Alexis. Ella y Brooke la siguieron, deteniéndose frente a la reja de uno de los laterales de la escuela.

—Sigue dejándose llevar —le dijo la castaña a su acompañante—. Aunque, así por como vamos, quizás no encontramos nada.

—Vamos Nai, ¡no seas pesimista! De seguro encontramos algo.
—Oigan, par de idiotas —reclamó Alexis, ya del otro lado de la reja—. ¿Piensan quedarse ahí parloteando toda la noche o qué? No hay tiempo que perder —se cruzó de brazos y se adelantó.

—Y allá va nuestra Alex —sonriendo de manera desganada, mientras trepaba no sin dificultad la reja. ¿Cómo rayos cruzó tan rápido?.

Una vez adentro, no fue difícil encontrar ventanas abiertas. Sólo tenían que decidir cuál era más conveniente usar. Comenzaron a contar hasta llegar a la que quedaba justo junto a las escaleras, que llevarían al tercer piso y luego al salón de música. Se colaron silenciosamente y luego de asegurarse que no hubiese nadie en el corredor a través de unas pequeñas ventanas, salieron de aquel lugar. Brooke encendió su linterna. Naia prefirió no hacerlo para ahorrar energía; además, su vista en la oscuridad era bastante buena. Alexis ya estaba bastante adelantada, subiendo las escaleras. No le importaba en lo más mínimo caminar a ciegas —su sentido de la vista a oscuras era excelente, mucho mejor que el de Whitelocke—. Al llegar a su destino, la pelinegra extendió una mano, como pidiendo algo. Naia, entendiendo lo que quería decir le tendió un par de horquillas. Comenzó su tarea al instante, colocándola en la cerradura. No pasó ni un minuto cuando se oyó un clic.

—Les dije que no era difícil —dijo sonriendo con suficiencia y entrando.

Brooke miró a Naia y apuntó su linterna al interior. No era conveniente encender las luces o terminarían llamando la atención del conserje.

—Ya te acostumbrarás —poniendo los ojos en blanco mientras entraba—. Su orgullo no se lo quita nadie —sonrió apesadumbrada.

—¿Vienen o no? —les reprendió Alex.
—¿Estás segura de que hay algo aquí? —preguntó la castaña.
—Eso deberías decírmelo tú. Tú fuiste la que encontró la leyenda, qué voy a saber yo
—Bueno. Si hay algo, ¡yo me encargo! —exclamó radiante Williams.

Winchester y Whitelocke la miraron fijamente. La primera rodó los ojos y volvió su mirada al frente, mientras que la segunda siguió observándola, como queriendo recriminarle de algo. Con ellas no podía saberse si les molestaba su excesivo positivismo o si le insinuaron que bajara la voz. La chica no se dio por enterada y las miró curiosa, exigiendo una explicación.

—Sólo cállate, por favor —se limitó a decir la joven de ojos azules, para luego dirigirse a la que llevaba la delantera—. No siento nada raro, pero tengo un mal presentimiento.

—Yo también —murmuraron a la vez las otras dos chicas.

El trío se quedó parado examinando cada rincón y cada armario, como esperando a que algo fuera a salir de repente a atacarlas. Naia se acercó a la ventana. La luna llena brillaba en el cielo. Luego desvió su mirada al piano. Suspiró. Era de esperarse, después de todo era una leyenda urbana, no podía pedir que fuera cien por cien verídica. Un escalofrío recorrió la espalda de Naia, la cual se estremeció —debe de ser la ventana que está abierta, se dijo—. Alexis que se había volteado la miró.

—¿Qué pasa? —dijo seria.
—Nada, solo tengo frío —respondió totalmente despreocupada.

Pero luego de decir esto se sorprendió. Era imposible. Llevaba puesta una chaqueta de mezclilla, lo cual era suficiente para abrigarla del poco frío que hacía. Algo estaba pasando en ese lugar, y no era nada normal.

—¿Segura que estás bien? —inquirió Brooke, que estaba justo detrás de ella.
—Estoy bien, en serio —se acercó a la puerta—. Voy a salir a tomar aire.
—Pero... ¿y el conserje? —apenas lo oyó, Naia cerró los ojos.
—No, está más abajo. Dudo que vaya a subir en un buen rato.
—Ten cuidado —fue lo único que murmuró Alex mientras se sentaba frente al piano.

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