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lunes, 1 de septiembre de 2008
Ajedrez - Capítulo 1: Visitas (parte 1)

Bueno, este es el capítulo número 1 de mi novela, titulada "Ajedrez" (Al menos así se llamará por ahora)... No les diré bien de qué se trata o si no no tendría gracia ¬ 3¬... así que leanla y después darán opinión....

Como siempre han habido confusiones al respecto, aclararé...
- Naia Whitelocke: Castaña (oscura) de ojos azul grisáceos
- Alexis Winchester: Morena de ojos ámbar
- Brooke Williams: Rubia (casi castaña) de ojos verde oliva

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La chica de cabello castaño salía de su casa furiosa, cargando un bolso en sus hombros, mientras caminaba marcando notoriamente el paso. Nada fuera de lo usual. ¿Por qué siempre iba tarde el primer día de clase?. Nada había salido como debería: La ducha no andaba bien, la noche anterior programó mal el despertador y para colmo, el calentador de agua se había estropeado y necesitaba uno nuevo. Al demonio con el auto sermón, pensó Naia. En ese momento algo la hizo voltear: una ráfaga de viento bastante fuerte que casi hizo volar su falda. Una cosa así en verano era poco común, cosa que la hizo sonreír. Eso le decía que algo estaba por cambiar.

Llegó a su escuela justo a tiempo para el toque de la campana. No prestó atención a los demás en absoluto, quienes corrían para alcanzar sus salones. Cruzó la puerta principal para luego subir las escaleras. Primer día de escuela, otro año más... y todo seguía siendo igual que siempre. Quizás su teoría de algo cambiaría estaba equivocada, pero luego se corrigió a sí misma. Sus instintos e intuición no fallaban. Era demasiado confiada al respecto.

Al entrar a su clase del primer grado de preparatoria, tomó su lugar usual junto a la ventana, a una distancia considerable del pizarrón, pero tampoco muy cerca del final del salón. Allí se dedicó a sacar sus apuntes de biología de su bolso, mientras comenzaba a recorrer con la mirada el lugar. Por lo visto, no se había equivocado del todo. Seguían las mismas caras familiares de siempre... Brooke, Alexis... y un par de gente nueva... quizás serían los típicos revoltosos o creídos o cretinos o... Suspiró.

—¡Raven! —exclamó el profesor, pasando lista.

Naia se dio cuenta de que no había oído ese apellido antes —¿es que acaso ese apellido existe?, se preguntó— y volteó hacia la persona que había respondido. Un joven sentado en la fila contigua a la de ella miraba al pizarrón, mientras levantaba perezosamente su mano. Sus cabellos estaban revueltos y eran de un color castaño, entre rubio y cobrizo —al menos eso le pareció a la chica—, pero desde donde se encontraba no podía apreciar el color de sus ojos. La chica se decidió a averiguarlo después. ¡¿Pero qué estaba diciendo?! Ella, ¿estaba queriendo gastar tiempo en un chico? Meneó la cabeza, negativamente y sonriendo de medio lado. Por favor. Quizás fue sólo un capricho infantil pero momentáneo. Y no iba a dejar que volviese a cruzar por su cabeza. Tan distraída se encontraba que a duras penas escuchó que Brooke le sacudía su hombro para decirle que levantara su mano, justo en el momento en que el profesor estaba a punto de colocarla como inasistente, luego de decir «Whitelocke» en voz sumamente alta.

—Presente, profesor —respondió de forma vacilante, a buena hora.

—Hasta que contestaste, Nai —le susurró Alexis, que se sentaba delante de ella—. ¿En dónde andas volando? —agregó con una mirada inquisidora que combinaba con su sonrisa pícara.

—¿Eh? —preguntó distraída, para luego corregirse—. No, nada, no te preocupes.

Pero bueno, era mejor no exponerle a la pelinegra sus pensamientos. Lo más probable era que se pondría a bromear con ello todo el día. Qué molesto. ¿Es que no había nadie que pudiera comprenderla? La clase transcurrió de forma normal. Naia se dedicó a tomar apuntes en su libreta, pero cuando el profesor se explayaba más allá de lo necesario en el tema, la chica podía lanzarle unas miradas discretas al chico, que estaba en uno de los asientos cercanos al pizarrón. Al toque de la campana, se estiró en su asiento, sacó su reproductor y se dedicó a escuchar música, encendiendo la opción de recorrer las canciones al azar. Luego de seleccionar una melodía de piano se recostó sobre la mesa y cerró los ojos, dejándose llevar por los sentimientos que le provocaba. Por lo general, le gustaba usar la opción aleatoria, porque la mayoría de las veces las canciones que aparecían le decían algo de ella misma o de cosas que pasaban a su alrededor. Otras veces, sólo la sobresaltaban al pasar de una canción lenta a una ruidosa.

Naia abrió los ojos, sorprendida al escuchar una melodía. Conocía de memoria la traducción de esa canción. Hablaba de que la cantante estaba sola, esperando a alguien, mientras todo sucedía a su alrededor y ella se encontraba abandonada a su suerte. ¿Por qué esa canción? ¿Por qué justo ahora? Tanto se asustó cuando sonó la campana para indicar la entrada a clases, que ni se dio cuenta de que su corazón estaba latiendo fuertemente. Ahora tocaba historia con el profesor Malone. Ese profesor era uno de los pocos de su agrado, pero un detalle que todos debían recordar era no interrumpirlo cuando estaba explicando algo de suma importancia, también era imprescindible que el profesor no te descubriera haciendo otra cosa que no fuera prestar atención a lo que él explicaba.

En ese momento entraron todos los alumnos que estaban rezagados en el patio, corriendo, seguidos por el «historiador», que era un hombre de mediana estatura, entrado ya en sus cincuenta —según Naia—, portando varios papeles y carpetas. Al entrar, lo primero que hizo, antes de dejar caer el libro de clases de forma estruendosa sobre su mesa, fue arreglarse los lentes que llevaba, los cuales le hacían parecer bastante mayor de lo que verdad representaba. Luego de desperdiciar unos 15 minutos pasando la lista, el profesor se dispuso a hablar del antiguo Egipto: sus costumbres, sus creencias, su organización, su...

—Señorita Whitelocke, ¿podría usted repetir lo que estaba explicando? —preguntó, completamente calmado, dirigiendo su mirada hacia la ya mencionada joven, la cual estaba distraída, mirando por la ventana.

Para Naia, las civilizaciones antiguas nunca habían sido un problema. Amaba ver documentales, averiguar en internet y libros sobre cosas que aún le faltaban por saber... La curiosidad y el deseo de saber más nunca habían estado ausentes en las cualidades de la chica ojos de zafiro. Por otro lado, las clases del profesor Malone por lo general hablaban de cosas que ella ya sabía, por lo tanto sólo corroboraba los datos que él entregaba, asintiéndole con la cabeza a nadie en particular; aunque esta vez se había olvidado de una de las dos reglas de la clase de historia: «nunca dejar que el profesor te descubra haciendo otra cosa».

—¿Y bien, señorita? Estoy esperando —dijo, acomodándose sus anteojos.

—¿Eh? —preguntó sorprendida—. Disculpe, profesor. Estaba hablando de Egipto y sus creencias, además de su organización política y demases.

Brooke, junto con los demás alumnos, miraban sorprendidos a Naia, esperando atentos la respuesta del profesor. Se daba por sentado que no se conformaría con la respuesta dada. Alexis ni siquiera se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya que estaba distraída escribiendo o dibujando cosas que no tenían relación alguna con la clase.

—Señorita, usted y yo sabemos perfectamente que esa no es la respuesta que espero —Naia sostuvo su mirada, evitando desplomarse sobre sus apuntes. El profesor se volteó hacia el pizarrón y dijo—. Quiero un informe de treinta páginas escrito a mano como mínimo para el viernes. Hable conmigo al final de la clase para entregarle el tema.

El alma de la chica se había ido por un agujero negro a quizás qué dimensión. ¡¿Treinta páginas?! Ese profesor estaba loco de remate, de seguro. En cuatro días tendría que escribir un informe de quién sabe qué. Se había condenado a sí misma a la muerte el primer día de clases. Qué fastidio. Esa era una de las cosas que odiaba de ese profesor. Ponía trabajos a diestro y siniestro por cualquier cosa que uno hiciera. Después de esto se dedicó a tomar apuntes hasta que volvió a sonar la campana salvadora. «Bastante oportuna» pensó con sarcasmo Whitelocke, levantándose de su asiento para dirigirse a la mesa del profesor.

—Disculpe, profesor. Usted sabe que... —Claude Malone detuvo el palabrerío con su mano.

—Vamos, sabes que no vienes a eso —mirándole con un dejo de astucia en sus ojos. El viejo era zorro, no se podía negar—. En fin, asumo que has oído de cierta “leyenda urbana” que ha estado circulando últimamente —inquirió, levantando una ceja.

—Pues no. Para serle sincera, profesor —confesó, extrañada. ¿Ése sería su tema de investigación? ¿Una burda leyenda urbana sin fundamento alguno? No podía ser. Bueno, de aquel profesor se podía esperar cualquier cosa.

—Entonces, quiero que averigües sobre ella, lo más profundamente posible. Tienes que nombrarme sus orígenes, colocar citas de gente que conozca de ella, opinar de ella, y todo lo que puedas para lograr las treinta páginas —aclaró sonriente, con la obvia intención de irritarla.

—¡Pero profesor...! —se quejó.

No respondió. Estaba claro que no hablaría más que eso.

Naia se alejó de la presencia de Malone, que ya se disponía a abandonar el salón, el cual, a esas alturas del recreo, estaba completamente vacío. Todos se habrían ido a comprar, o a jugar fútbol o a cuchichear por allí. Su rutina aparentemente nunca variaba. Lo había comprobado ella misma al ver a los alumnos cuando paseaba por el patio. Aunque a ella no le gustaba salir muy a menudo. Ya había tenido bastantes experiencias dolorosas involucrando balones.

Afuera hacía demasiado calor como para que se animara a salir al patio. La joven se dejó caer en su asiento y reposó su cabeza en uno de sus brazos, mientras el otro colgaba «inerte» por el borde del banco. Estaba con los ojos cerrados, aunque eso no le impidió intuir que alguien más se hallaba en el mismo salón con ella. Naia era buena intuyendo cosas. Tanto que podía llegar a caminar con los ojos cerrados sin siquiera chocar con algo.

Podría tener sentidos muy desarrollados, sin embargo no notó que alguien la observaba desde un edificio que estaba justo al frente de la ventana, varios metros más allá. La joven abrió un ojo perezosamente para ver que quien estaba allí en el salón no era nada más ni nada menos que el chico nuevo —¿cuál era su nombre? No, no lo había oído, estaba segura, como sea—, Raven. Por fin notó sus ojos, los cuales estaban posados en ella. Naia no pudo evitar sonrojarse levemente al fijarse que eran de un color verde pálido con un leve tono azulado, sintiendo como si la arrastraran hacia su interior sin que ella pudiera evitarlo.

—Buena la que hiciste en historia —fue lo único que le dijo, mientras guardaba algo en su bolso.

—¿Y tú qué sabes? —replicó ofuscada, aunque sin dirigir la mirada hacia el chico, solo se limitó a observar los dedos de la mano que no estaba bajo el peso de su cabeza.

—Pues, lo que sé es que hiciste el gran ridículo frente a todos —dijo con una sonrisa burlona y prepotente marcada en su rostro.

—Vale, y acaso nunca cometes errores, ¿don perfección? —le espetó, pero al instante se dio cuenta del grave error que había cometido. Ahora solo quedaba esperar la obvia reacción del joven. Naia estaba acostumbrada a tratar con cretinos creídos como ese.

—No. Nunca, gracias por el cumplido —guiñándole un ojo y saliendo del salón.

La chica se quedó tal y como estaba hasta que Raven se fue. En ese momento, lo único que hizo fue mascullar «Otro año, otro cretino más». Para variar, sonó la campana en el peor momento. Pareciera que todos estaban conspirando en su contra para hacerle exasperarse más de la cuenta. Durante la última clase, que correspondía a música, Naia se dedicó a escribir canciones hasta que el profesor la llamó adelante para que cantara enfrente de toda la clase. Otra vez manteniendo su hipótesis del complot en su contra, suspiró pesadamente y se levantó, mientras recorría su repertorio musical a la velocidad de la luz en su cabeza, pero el profesor le indicó una canción en el disco que estaba colocado en la radio. La conocía. Era muy bella. Una típica balada. Al rato después sonó la campana y Naia, feliz, pudo tomar sus cosas y largarse del lugar. Bajó las escaleras del tercer piso, donde se encontraba el salón de música. Cuando ya estaba por llegar al último tramo, chocó con alguien, casi perdiendo el equilibrio.

—¡Oye! Fíjate por donde... —exclamó, pero se detuvo al ver que era Raven— Ah, eres tú.

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